El pago
de la traición.
Aquella era una de las noches más oscuras de Ivermon. No
había luna y las nubes ocultaban las estrellas. Aquella fortaleza era grande,
una estructura con numerosos escombros y mohosa tanto por fuera como por
dentro. Había permanecido abandonada durante mucho tiempo pero esa noche estaba
ocupada y protegida por casi cien mercenarios que solo podían valerse de la luz
de las antorchas y unos viejos faroles castigados por la herrumbre.
Cada vez era más
común ver a mercenarios. Ivermon estaba perdiendo la guerra y sus fondos eran
usurpados por la nobleza y gente de altos cargos políticos, cuya mayor
preocupación era llenar sus bolsillos. Muchos soldados que antes servían a la
corona y protegían su reino se habían convertido en mercenarios, ya que su paga
igualaba mucho a la de un soldado.
No todos los
mercenarios eran de Ivermon. Entre ellos se reunían la peor escoria de los
reinos humanos Xening, Afgaria y Norbania. Gente que era muy mal vista en sus
propios dominios. La mayoría de los mercenarios no tenían escrúpulos, aunque
existía una minoría que sí se regía por el honor.
Uno de los
mercenarios permanecía sentado en un viejo taburete. No era mayor de treinta
años pero en su fatigado rostro se reflejaba sueño y ganas de dormir. Sobre su
cara afeitada también se mostraba un arañazo. Un reciente desgarro de unas
pequeñas manos.
Un hombre se le
acercó y lo despertó propinándole una colleja.
— ¡Espabila de
una vez! ¡El duque no te paga para quedarte dormido! —este soldado de alquiler
tenía una edad que le rondaba cerca de los cuarenta años. Tenía barba de dos
meses y su aliento delataba que había estado bebiendo alcohol no hace mucho.
Después alzó una botella de wiski norbanés
y se la ofreció.
El mercenario más
joven aceptó la botella a buen grado y comenzó a darle numerosos tragos. Su
compañero lo observaba con atención viendo como intentaba saciar su ansia por
la bebida. Después sus ojos marrones se fijaron en las cicatrices recientes de
la cara de su camarada. Aún estaban rojas.
— ¡Ha!
¿Parece que esa zorra no quiso que le follaras verdad? —se burló.
El mercenario de la
cicatriz dejó de beber tras escuchar aquellas palabras.
— Recibió
su merecido. La violamos durante horas. Ahora nadie de su vulgar pueblucho
querrá casarse con ella —después ambos soltaron una carcajada.
— ¿Sabes porque el duque nos ha sacado de
la ciudad? A cuadriplicado la guardia y nos ha traído a todos hasta aquí. Sus
paranoias de que cree que alguien quiere matarlo son más que evidentes.
El hombre de la barba
le dio un trago a la botella cuando el otro se la devolvió. Después miró al
bosque que se guarecía en el horizonte. La suave brisa de la noche provocaba
que las hojas de los árboles y sus ramas chocaran entre sí.
— Tal vez le deba dinero a alguien. Ya
ha hecho esto otras veces… ya sabes…
—
A mí mientras me pague me da igual lo que haga —espetó el mercenario
joven.
Después volvieron a
reír. El barbudo le dio otro trago más al wiski pero su felicidad se detuvo en
cuanto vio una de las antorchas de la muralla de la fortificación apagada.
El vigía que debía de
custodiar la llama de la antorcha para evitar que se apagara permanecía apoyado
contra el borde de la muralla. Estaba completamente inmóvil y cabizbajo.
— ¡Nelson!
¡Borracho asqueroso! ¡Hijo de mala madre, te has vuelto a quedar dormido!
—regañó el barbudo mientras que se dirigía hasta el a grandes zancadas por
encima de la muralla.
En cuanto llegó hasta
el vigía lo agarró de los hombros, trató de sacudirle para despertarlo pero
soltó su cuerpo en cuanto descubrió que lo habían degollado. La sangre le brotaba
con intensidad por la garganta.
El mercenario quedó
horrorizado pero eso no evitó que desenvainara su espada y buscase al culpable
examinando todos los rincones que habitaban a su alrededor. Se le erizó todo el
vello del cuerpo a su vez que se le helaba la sangre. Al volverse se percató de
que la antorcha que custodiaba el vigía con el que acababa de entablar una conversación
también se había apagado. A continuación vio como otra de las antorchas también
se apagaba, y después de aquella, la última. La muralla que custodiaba la
fortificación quedó completamente a oscuras a merced de las tinieblas.
De pronto la cabeza
del guardia que tenía el arañazo en la cara llegó rodando hasta sus pies
dejando un rastro de sangre. Era un corte limpio. Ni siquiera escuchó ningún
indicio de combate. En ese instante supo que los asesinos eran buenos, y además
se estaban burlando de él. Ahora comprendía porque el duque se había tomado
tantas molestias en tomar tales precauciones. Pese al alcohol que el mercenario
había ingerido la adrenalina que le causó había apaciguado los efectos de su
borrachera. Le comenzaron a temblar las manos y cuando por fin consiguió quitar
la vista de enfrente de la cabeza cortada una espada con un filo negro y
envenenado le atravesó por la espalda. Le habían tapado la boca para que no
gritara. Y junto a sus oídos notó un gélido aliento acompañado de una risa, la
cual era más aterradora que el susurro del siseo de una serpiente.
Eran tres asesinos,
vestían vestiduras de cuero más oscuras que la propia noche. Estaban reforzadas
con un metal negro. Sus capas negras envolvían sus cuerpos, sus rostros estaban
ocultos por las capuchas, se movían con un gran sigilo.
Una vez muertos los
hombres que ocupaban la muralla se adentraron al patio exterior de la
fortaleza.
Uno de ellos forzó la
cerradura de del sótano de la fortificación con una ganzúa y nada más abrir la
puerta entraron en el interior.
El sótano estaba
repleto de viejas herramientas. También tenía una fragua y mesas de trabajo.
Junto a la fragua había numerosos sacos llenos de carbón. Pero en lo más
alejado del sótano un hombre estaba afilando un hacha con una rueda de afilar.
No se dio cuenta de la presencia de los elfos oscuros hasta uno de los asesinos
lo degolló por detrás. La sangre salió disparada como cuando se corta un
recipiente de cuero lleno de vino.
Trotando atravesaron
el sótano y subieron unas escaleras de piedra. Al llegar al final de los
agrietados peldaños vieron a dos hombres más. Permanecían sentados junto a una
mesilla al lado de otra puerta. Únicamente podían ver gracias a la luz de una
pequeña vela de una lámpara de aceite. Uno de ellos escribía garabatos con la
punta de un cuchillo sobre la mesa de madera y el otro se estaba drogando
fumando opio con una pipa.
Los asesinos les
lanzaron dos shurikens que se habían clavado en sendos craneos de los
mercenarios.
Uno de los asesinos
se puso junto a la puerta de madera y observó a través del cerrojo. Su rojizo
ojo pudo ver lo que había a través de ella. Eran cinco hombres sentados junto a
la chimenea de piedra jugando a cartas. Cuando terminó de analizar lo que
estaba viendo gracias a la luz de la chimenea, alzó la mano enguantada y
levantó los cinco dedos. Los demás asintieron.
Abrió la puerta de
par en par y le cortó la garganta al primer mercenario que se encontró, al más
lejano le lanzó otro shuriken y a otro le insertó su daga en el corazón. Los
otros asesinos entraron juntos y asesinaron a los mercenarios restantes. Apenas
emitieron sonido alguno.
Se dirigieron a una
habitación que estaba junto al salón y observaron diez camas con todos sus
ocupantes dormidos… no les fue nada difícil acabar con ellos mientras dormían.
Un matón desde dentro
abrió una puerta que conducía a la escalera del piso de arriba. Estaba tan ebrio que tuvo que
forzar la vista para ver bien el baño de sangre que había en la gran sala.
Cuando vio a sus camaradas muertos; horrorizado lanzó un grito y cerró la
puerta de golpe. Se escucharon varias voces murmurar entre ellas tras la vieja
puerta. A los pocos segundos aparecieron otros quince mercenarios. Estos
vinieron equipados con armaduras de placas, alabardas, pistolas de chispa y
arcabuces.
Buscaron a los
asesinos, pero no los encontraron. Se pusieron en una formación defensiva
colocándose espalda contra espalda formando un círculo esperando ser atacados
en cualquier momento.
— ¡Salir a luchar
cobardes! —gritó uno de ellos.
Un mercenario se
percató de que sus botas se habían empapado con un líquido que yacía esparcido
por el suelo. Se habían preocupado tanto en tomar posiciones que no se dieron
cuenta de lo que estaban pisando. Se extrañó al darse cuenta de que no era
agua… se agachó, remojó sus dedos y a continuación olisqueó aquel líquido
inflamable. Después miró al techo y vio como uno de los asesinos cortaba la
cuerda que aguantaba la lámpara de rueda que sostenía las velas.
El pesado objeto de
hierro cayó al suelo estrepitosamente aplastando a varios de los mercenarios.
Algunos lograron esquivar la lámpara de hierro pero no pudieron evitar que sus
cuerpos fueran pasto de las llamas. Aquel líquido era especialmente inflamable.
Algo que jamás habían visto anteriormente. Era una mezcla alquímica que usaban
los elfos oscuros.
Los hombres gritaban
de dolor al ser abrasados. Sentían como su armadura se ponía al rojo vivo y se
quemaban sus cuerpos. El olor a carne y pelo quemado comenzó por extenderse con
rapidez.
Solo uno de ellos
logró salvarse pero tenía parte de la cara quemada y bramaba de sufrimiento.
En cuanto vio a uno
de los asesinos frente a él trató de atacarle con su alabarda poseído por su
miedo e ira, pero este lo esquivó con facilidad y lo apuñaló en el cuello
provocando que un chorro de sangre saliera disparada. Ver aquellos gritos y
toda esa sangre le reconfortaba.
La alfombra y la paja
que había en la sala comenzó a arder con facilidad y al poco rato aquella parte
de la fortaleza comenzó a incendiarse. El humo se apoderó de toda la estancia.
Los guardias de la
sala de arriba temblaban de miedo al escuchar los gritos de sus camaradas pero
aún se asustaron más cuando dejaron de escucharlos pues sabían que habían
perecido. El capitán de aquel pelotón de más de treinta hombres ordenó que los
siete arcabuceros y ballesteros que estaban junto a ellos se pusieran en
formación para disparar.
— ¡Les
tenemos cogidos por los cojones! ¡De aquí no pasaran esos putos elfos oscuros!
—gritó el capitán.
Le hizo un gesto a
uno de los guardias para que este abriera la puerta. Este negó con la cabeza
por el miedo que sentía pero cambió de idea en cuanto el capitán le apuntó
amenazándolo con una pistola de chispa.
Finalmente asintió
con la cabeza y con manos temblorosas abrió la puerta.
En aquel instante
todo el humo de la habitación de abajo subió hasta arriba inundando aquella
estancia. La visión de los mercenarios fue nublada por completo.
Escucharon una burlesca
y malévola risa que venía desde abajo. Una voz que intimido aquellos hombres.
Habían oído historias acerca de los asesinos elfos oscuros. Historias que
narraban acontecimientos trágicos y aterradores. Muchos de ellos jamás se las
habrían creído pero en ese momento estaban viviendo una. Uno de los mercenarios
no pudo aguantar más y disparó presa del pánico. Y seguido de él los demás
también dispararon hasta quedarse sin munición. Un reguero de pólvora manó de
sus armas pero no pareció haber alcanzado a ningún objetivo.
— ¡Maldita
sea! ¡Disparar solo cuando yo de la orden! —gritaba el capitán.
En el momento en que
comenzaron a cargar sus armas tres Shuriken se lanzaron y se clavaron sobre los
cuellos mercenarios.
Al ver aquello uno de
los mercenarios echó a correr pero el capitán le disparó por la espalda para
que sirviera como ejemplo a todos aquellos que intentaran escaparse.
Cuando el capitán volvió
su vista al frente observó como uno de los asesinos dio un gran salto y rebanó
tres gargantas de un solo movimiento.
Otro de ellos se
impulsó dando una voltereta. Rodó por el suelo y cuando se alzó le hizo un tajo
en el estómago al capitán, el corte que produjo aquella negra espada hizo que los
intestinos de la víctima quedaran al descubierto. El líder mercenario solo pudo
lanzar un grito ahogado, dejó caer primero su arma y después se quedó de
rodillas observando horrorizado como le colgaban las partes de su estómago hasta
llegar al frio suelo. El mismo asesino que asestó tal golpe le cortó la
garganta de un rápido movimiento. La víctima ya había muerto antes de
desplomarse contra el suelo.
Un mercenario rugió y
cargó con su lanza a uno de los atacantes. Este lo esquivó con extraordinaria
rapidez y contraatacó rompiéndole una rodilla con la bota. Instantáneamente
aprovechando que su atacante había soltado su lanza para centrarse en la rotura
del menisco, lo apresó por el cuello con uno de sus brazos para usarlo como
escudo cuando uno de los hombres le intentó disparar. La bala perdida entró en
el pulmón derecho de su camarada. El asesino que lo tenía cogido por el cuello
lo remató degollándolo y después lanzó su daga al atacante que osó dispárale.
Un hombre de barba
larga, lanzó un desesperado ataque con su alabarda a uno de los elfos oscuros,
pero este lo esquivó con suma maestría. Primero le clavó su daga en el estómago
obligándolo a quedarse de rodillas tratando de taponar la hemorragia, posteriormente
el asesino le saltó por encima con una voltereta y se hizo con el arcabuz que
portaba a su espalda. Sabía que aquella arma fabricada por humanos estaba
cargada y no tardó en abrir fuego contra otro de los mercenarios. La potencia del
arma era tan colosal que le hizo retroceder cuando el plomo penetró en su carne.
Instantáneamente soltó el arma porque ya había efectuado el único disparo que disponía.
El inmenso humo que
había por los alrededores, provocaba que los mercenarios no pelearan
correctamente. Tosían constantemente, se les irritaban los ojos y como no
podían ver bien algunos se disparaban unos a otros presa del pánico y la
desesperación.
Los elfos oscuros del
templo de Sharzarssia acostumbraban a luchar en todo tipo de condiciones. Por esa
razón utilizaron ese método.
Para cuando el fuego
del piso de abajo casi se extinguió y el humo del piso de arriba se dispersó un
poco, se pudo apreciar el resultado de una masacre. Todo el suelo estaba bañado en un charco de sangre y los
cuerpos de los mercenarios estaban apilados unos encima de otros. Uno de ellos
aún vivía y se arrastraba mal herido como si fuera un gusano. Le habían
disparado con uno de los arcabuces en una de sus piernas dejando la carne y el
hueso al descubierto. Tenía virutas de perdigones por toda la herida.
Los tres asesinos se
dirigieron hasta otra puerta. Solo les quedaba subir una planta más para matar
al duque. De hecho, fueron enviados para acabar con él. Se había vuelto
demasiado avaricioso…
— ¡Perdonarme
la vida por favor! —suplicó el mercenario herido mientras que agonizaba.
Uno de los asesinos
se le acercó hasta él. Se agachó y lo observó fijamente. A continuación se
quitó la capucha dejando ver su rostro. Tenía la piel pálida y los ojos rojos
como el color de la sangre. Su melena negra le llegaba hasta los hombros aunque
tenía parte de ella afeitada. Sobre su cara había varios tatuajes. Glifos del
templo de Sharzarssia.
El mercenario lo
observó tembloroso aún sin saber que decir. Pero el asesino le obsequió con una
sonrisa lobuna. Se llevó el dedo índice a los labios gesticulando silencio.
— Ssssssth
—le dijo antes de degollarlo con lentitud.
Caminaron hacia
arriba por una escalera de espiral arrebatando las vidas de los demás guardias
que se atrevían a atacarles. Sus cadáveres caían y rodaban escaleras abajo.
Finalmente llegaron hasta la puerta que custodiaba los aposentos del duque y lo
derribaron de una patada.
Los tres asesinos descubrieron
a cuatro guardias bien acorazados. Estaban equipados con armaduras de placas y
mandobles de acero. Tras de ellos se guarecía el duque. Tenía puesto un camisón
rojo. Los asesinos comenzaron el asalto a la fortaleza mientras que dormía. Era
casi un anciano, muy canoso y con una retocada barba al mismo nivel que su
pelo. Tenía manchas de vejez por la piel. Se veía claramente que formaba parte
de la clase alta, pues tenía un cuerpo sin cicatrices ni ampollas. Y sus ojos… los
ojos los tenía desorbitados presa del terror.
Uno de los guardias
lanzó un grito atacando a uno de los asesinos, pero este lo esquivó y le
insertó la hoja de su espada justo por un espacio donde la carne del guardia
estaba desprotegida. Primero se dejó caer de rodillas, posteriormente un chorro
de sangre comenzó a fluir por los agujeros de su yelmo y finalmente se desplomó
muerto en el suelo.
Los demás guardias
intercambiaron miradas como un rebaño de ovejas atrapadas en una esquina delante
de una manada de lobos. Después de permanecer durante un breve instante bajo la
atenta y burlona mirada de los asesinos, se armaron de valor y atacaron todos
juntos, pero su osadía les costó el mismo precio que sus camaradas caídos. Sus
cuerpos cayeron casi al mismo tiempo.
El suelo y todas las
paredes quedaron salpicados de sangre.
En Aquel momento el
duque se echó contra la pared y se arrodilló. Se sentía como una asustadiza
liebre que se ha quedado arrinconada ante tres lobos.
— ¡Dejarme
vivir! ¡Os lo suplico! ¡Os pagaré el doble! ¡No, mejor el triple! Os daré todo
cuanto poseo si os marcháis ahora —dijo el duque presa del miedo y la
desesperación.
Rasser, el asesino
con tatuajes, se le acercó con una sádica sonrisa. Sus ojos rojos como el color
de la sangre obligaba al duque a esquivar su mirada.
— Fíjate
Frederick. Mira lo que has hecho. Nuestro maestro es un hombre muy sensible. No
debiste de decir todas esas cosas tan malas de él —decía el asesino tatuado en
el lenguaje de los humanos Ivermon.
— Lo lamento muchísimo, pero no tenía elección.
Me iban a meter en la cárcel si no hablaba—decía el duque tembloroso.
El asesino se inclinó
lo suficiente como para susurrarle al oído.
— Eso no
es lo que nos han dicho a nosotros… recibiste cierta cantidad de oro… tanto
nuestra como la de otros. Eres un soplón. Y no importa a donde viajes. Los
soplones acaban mal en todos los reinos —le siseó el asesino.
El duque se echó a
llorar.
— Piedad,
piedad por favor —suplicaba a los elfos oscuros.
El asesino no vaciló.
Desenvainó la espada y le cortó los nervios necesarios para que no pudiera
mover los brazos. Los asesinos elfos oscuros conocían muy bien la anatomía.
Estaban entrenados en hacer cortes precisos para que sus enemigos estuvieran
inmovilizados. El duque bramó de dolor, en aquel momento se zarandeaba de un
lado a otro tratando en vano de mover los brazos. No dejaba de temblar.
— Esto te
pasa porque eres un cerdo avaricioso —dijo el asesino mientras lo agarraba de
la cabellera con su mano enguantada. El duque cerró los ojos con fuerza y
comenzó a rezar una oración en voz baja presa del pánico y la desesperación.
Esta vez sería la primera vez que rezaría con el corazón y no de mentira como
lo hacía antes para quedar bien frente a los sacerdotes de Marasthor.
Rasser acarició la
cabeza del duque como suelen hacer algunas personas antes de sacrificar a su
ganado.
— Y como a todos los cerdos tarde o
temprano se les acaban matando, pues eso son lo que son. Cerdos.
Nada más decir esas
palabras le metió los dedos en la boca y le sacó la lengua justo antes de
cortársela con una daga. La víctima no pudo hacer nada más que patalear. Después
la tiró al suelo como si fuera un vulgar trozo de carne podrida. El duque
chillaba y gritaba de dolor. Uno de los asesinos se acercó y le taponó la boca
a su vez que afloraba una sonrisa bajo sus ojos oscuros.
Con esa acción provocaron
que el duque se ahogara con su propia sangre. Su piel se puso roja antes de
convertirse en un cadáver.
Los dos asesinos se
levantaron y observaron el cuerpo del duque con arrogancia. El otro, al igual
que Rasser, también se quitó la capucha. Tenía los ojos negros como la
mismísima oscuridad. Su semblante asumía un mentón alargado, su pelo también
era negro y la tonalidad de su piel era tan pálida como la de su compañero.
Después salieron del
cuarto del ya difunto Frederick. El tercer asesinó aún estaba inmóvil, había permanecido
durante todo aquel rato frente a la cama observando como sus compañeros
torturaron y asesinaron a aquel anciano.
— Vámonos
Asora. Tenemos que volver —dijo el asesino de ojos negros antes de largarse
junto a Rasser.
La elfa oscura miró a
Zeltek, después se quitó su capucha dejando la cara al descubierto. Sus ojos
fucsia resaltaban con su blanquecina piel. Sus labios eran rojos y carnosos y
su pelo negro como el carbón permanecía recogido con una coleta.
Se soltó la coleta y
dejó que su oscura melena se liberara. Se iba a marchar en cuanto dejó de
escuchar los pasos de Zeltek y Rasser, pero en ese momento sus ojos fucsia se
posaron sobre una estantería que parecía estar en un lugar incorrecto. Cegada
por la curiosidad se acercó y observó que los libros que estaban sobre ella
eran de pega. Deslizó sus pequeños y delicados dedos por los libros falsos
hasta que se detuvieron en uno que parecía más desgastado que los demás.
Tiró de él, se escucharon
unos viejos engranajes y para su sorpresa la estantería se abrió mostrando un
compartimento secreto. En su interior vio a una muchacha desnuda y maniatada.
No era mayor de dieciocho años. Tenía el pelo castaño y descuidado y sobre sus
mejillas se veían lágrimas nuevas y rastros de lágrimas de varios días. Tenía
sangre seca debajo de la nariz y el cuerpo lleno de cardenales. Dedujo que el
duque y los mercenarios la habían estado maltratando y violando durante mucho
tiempo. Estaba desnutrida. Y sedienta pues tenía los labios secos.
La chica examinó a la
elfa oscura temiendo lo peor. Desde que era una niña había escuchado terribles
historias de los elfos oscuros pero jamás se llegó a imaginar que vería alguno
en su vida. Temblaba y balbuceaba constantemente.
Asora la miró
fijamente a los ojos. La chica estaba débil. Le sería tan fácil matarla como
aplastar a una hormiga. Estaba demasiado débil como para poder mostrar
resistencia. Debía de hacerlo. Pronunció el sacramento oscuro antes de entrar
en combate dentro de la fortaleza. Los asesinos de Sharzarssia nunca dejaban
testigos. Juró matar y morir en nombre de la diosa oscura. Las palabras que
recitó anteriormente resonaron en su mente: “Madre
de la noche y la oscuridad eterna, purgaremos de tu mundo a los débiles y los
indignos…”
Desenvainó su daga
y se acercó hasta ella.
— Por
favor no. No me mates. Por favor…
—decía la chica mientras que lloraba.
Se acercó más a ella
y la garró con fuerza de los pelos. Estiró con fuerza de su melena para que su
cuello estuviera más tenso. Después le puso la daga en la garganta.
— Te lo
suplico por favor… mi familia me echa en falta… por favor… —la chica seguía
llorando y suplicando.
Asora la miró a los ojos por última vez.
“Madre de la noche
y la oscuridad eterna, purgaremos de tu mundo a los débiles y los indignos…”