viernes, 8 de noviembre de 2013

El pago de la traición

El pago de la traición.

Aquella era una de las noches más oscuras de Ivermon. No había luna y las nubes ocultaban las estrellas. Aquella fortaleza era grande, una estructura con numerosos escombros y mohosa tanto por fuera como por dentro. Había permanecido abandonada durante mucho tiempo pero esa noche estaba ocupada y protegida por casi cien mercenarios que solo podían valerse de la luz de las antorchas y unos viejos faroles castigados por la herrumbre.
 Cada vez era más común ver a mercenarios. Ivermon estaba perdiendo la guerra y sus fondos eran usurpados por la nobleza y gente de altos cargos políticos, cuya mayor preocupación era llenar sus bolsillos. Muchos soldados que antes servían a la corona y protegían su reino se habían convertido en mercenarios, ya que su paga igualaba mucho a la de un soldado.
 No todos los mercenarios eran de Ivermon. Entre ellos se reunían la peor escoria de los reinos humanos Xening, Afgaria y Norbania. Gente que era muy mal vista en sus propios dominios. La mayoría de los mercenarios no tenían escrúpulos, aunque existía una minoría que sí se regía por el honor.

 Uno de los mercenarios permanecía sentado en un viejo taburete. No era mayor de treinta años pero en su fatigado rostro se reflejaba sueño y ganas de dormir. Sobre su cara afeitada también se mostraba un arañazo. Un reciente desgarro de unas pequeñas manos.
 Un hombre se le acercó y lo despertó propinándole una colleja.
— ¡Espabila de una vez! ¡El duque no te paga para quedarte dormido! —este soldado de alquiler tenía una edad que le rondaba cerca de los cuarenta años. Tenía barba de dos meses y su aliento delataba que había estado bebiendo alcohol no hace mucho. Después alzó una botella de wiski norbanés  y se la ofreció.
 El mercenario más joven aceptó la botella a buen grado y comenzó a darle numerosos tragos. Su compañero lo observaba con atención viendo como intentaba saciar su ansia por la bebida. Después sus ojos marrones se fijaron en las cicatrices recientes de la cara de su camarada. Aún estaban rojas.
      — ¡Ha! ¿Parece que esa zorra no quiso que le follaras verdad? —se burló.
 El mercenario de la cicatriz dejó de beber tras escuchar aquellas palabras.
      — Recibió su merecido. La violamos durante horas. Ahora nadie de su vulgar pueblucho querrá casarse con ella —después ambos soltaron una carcajada.
      — ¿Sabes porque el duque nos ha sacado de la ciudad? A cuadriplicado la guardia y nos ha traído a todos hasta aquí. Sus paranoias de que cree que alguien quiere matarlo son más que evidentes.
 El hombre de la barba le dio un trago a la botella cuando el otro se la devolvió. Después miró al bosque que se guarecía en el horizonte. La suave brisa de la noche provocaba que las hojas de los árboles y sus ramas chocaran entre sí.
      —  Tal vez le deba dinero a alguien. Ya ha hecho esto otras veces… ya sabes…
      —  A mí mientras me pague me da igual lo que haga —espetó el mercenario joven.
 Después volvieron a reír. El barbudo le dio otro trago más al wiski pero su felicidad se detuvo en cuanto vio una de las antorchas de la muralla de la fortificación apagada.
 El vigía que debía de custodiar la llama de la antorcha para evitar que se apagara permanecía apoyado contra el borde de la muralla. Estaba completamente inmóvil y cabizbajo.
      — ¡Nelson! ¡Borracho asqueroso! ¡Hijo de mala madre, te has vuelto a quedar dormido! —regañó el barbudo mientras que se dirigía hasta el a grandes zancadas por encima de la muralla.
 En cuanto llegó hasta el vigía lo agarró de los hombros, trató de sacudirle para despertarlo pero soltó su cuerpo en cuanto descubrió que lo habían degollado. La sangre le brotaba con intensidad por la garganta.
 El mercenario quedó horrorizado pero eso no evitó que desenvainara su espada y buscase al culpable examinando todos los rincones que habitaban a su alrededor. Se le erizó todo el vello del cuerpo a su vez que se le helaba la sangre. Al volverse se percató de que la antorcha que custodiaba el vigía con el que acababa de entablar una conversación también se había apagado. A continuación vio como otra de las antorchas también se apagaba, y después de aquella, la última. La muralla que custodiaba la fortificación quedó completamente a oscuras a merced de las tinieblas.
 De pronto la cabeza del guardia que tenía el arañazo en la cara llegó rodando hasta sus pies dejando un rastro de sangre. Era un corte limpio. Ni siquiera escuchó ningún indicio de combate. En ese instante supo que los asesinos eran buenos, y además se estaban burlando de él. Ahora comprendía porque el duque se había tomado tantas molestias en tomar tales precauciones. Pese al alcohol que el mercenario había ingerido la adrenalina que le causó había apaciguado los efectos de su borrachera. Le comenzaron a temblar las manos y cuando por fin consiguió quitar la vista de enfrente de la cabeza cortada una espada con un filo negro y envenenado le atravesó por la espalda. Le habían tapado la boca para que no gritara. Y junto a sus oídos notó un gélido aliento acompañado de una risa, la cual era más aterradora que el susurro del siseo de una serpiente.
 Eran tres asesinos, vestían vestiduras de cuero más oscuras que la propia noche. Estaban reforzadas con un metal negro. Sus capas negras envolvían sus cuerpos, sus rostros estaban ocultos por las capuchas, se movían con un gran sigilo.
 Una vez muertos los hombres que ocupaban la muralla se adentraron al patio exterior de la fortaleza.
 Uno de ellos forzó la cerradura de del sótano de la fortificación con una ganzúa y nada más abrir la puerta entraron en el interior.
 El sótano estaba repleto de viejas herramientas. También tenía una fragua y mesas de trabajo. Junto a la fragua había numerosos sacos llenos de carbón. Pero en lo más alejado del sótano un hombre estaba afilando un hacha con una rueda de afilar. No se dio cuenta de la presencia de los elfos oscuros hasta uno de los asesinos lo degolló por detrás. La sangre salió disparada como cuando se corta un recipiente de cuero lleno de vino.
 Trotando atravesaron el sótano y subieron unas escaleras de piedra. Al llegar al final de los agrietados peldaños vieron a dos hombres más. Permanecían sentados junto a una mesilla al lado de otra puerta. Únicamente podían ver gracias a la luz de una pequeña vela de una lámpara de aceite. Uno de ellos escribía garabatos con la punta de un cuchillo sobre la mesa de madera y el otro se estaba drogando fumando opio con una pipa.
 Los asesinos les lanzaron dos shurikens que se habían clavado en sendos craneos de los mercenarios.
 Uno de los asesinos se puso junto a la puerta de madera y observó a través del cerrojo. Su rojizo ojo pudo ver lo que había a través de ella. Eran cinco hombres sentados junto a la chimenea de piedra jugando a cartas. Cuando terminó de analizar lo que estaba viendo gracias a la luz de la chimenea, alzó la mano enguantada y levantó los cinco dedos. Los demás asintieron.
 Abrió la puerta de par en par y le cortó la garganta al primer mercenario que se encontró, al más lejano le lanzó otro shuriken y a otro le insertó su daga en el corazón. Los otros asesinos entraron juntos y asesinaron a los mercenarios restantes. Apenas emitieron sonido alguno.
 Se dirigieron a una habitación que estaba junto al salón y observaron diez camas con todos sus ocupantes dormidos… no les fue nada difícil acabar con ellos mientras dormían.
 Un matón desde dentro abrió una puerta que conducía a la escalera del piso  de arriba. Estaba tan ebrio que tuvo que forzar la vista para ver bien el baño de sangre que había en la gran sala. Cuando vio a sus camaradas muertos; horrorizado lanzó un grito y cerró la puerta de golpe. Se escucharon varias voces murmurar entre ellas tras la vieja puerta. A los pocos segundos aparecieron otros quince mercenarios. Estos vinieron equipados con armaduras de placas, alabardas, pistolas de chispa y arcabuces.
 Buscaron a los asesinos, pero no los encontraron. Se pusieron en una formación defensiva colocándose espalda contra espalda formando un círculo esperando ser atacados en cualquier momento.
     — ¡Salir a luchar cobardes! —gritó uno de ellos.
 Un mercenario se percató de que sus botas se habían empapado con un líquido que yacía esparcido por el suelo. Se habían preocupado tanto en tomar posiciones que no se dieron cuenta de lo que estaban pisando. Se extrañó al darse cuenta de que no era agua… se agachó, remojó sus dedos y a continuación olisqueó aquel líquido inflamable. Después miró al techo y vio como uno de los asesinos cortaba la cuerda que aguantaba la lámpara de rueda que sostenía las velas.
 El pesado objeto de hierro cayó al suelo estrepitosamente aplastando a varios de los mercenarios. Algunos lograron esquivar la lámpara de hierro pero no pudieron evitar que sus cuerpos fueran pasto de las llamas. Aquel líquido era especialmente inflamable. Algo que jamás habían visto anteriormente. Era una mezcla alquímica que usaban los elfos oscuros.
 Los hombres gritaban de dolor al ser abrasados. Sentían como su armadura se ponía al rojo vivo y se quemaban sus cuerpos. El olor a carne y pelo quemado comenzó por extenderse con rapidez.
 Solo uno de ellos logró salvarse pero tenía parte de la cara quemada y bramaba de sufrimiento.
 En cuanto vio a uno de los asesinos frente a él trató de atacarle con su alabarda poseído por su miedo e ira, pero este lo esquivó con facilidad y lo apuñaló en el cuello provocando que un chorro de sangre saliera disparada. Ver aquellos gritos y toda esa sangre le reconfortaba.
 La alfombra y la paja que había en la sala comenzó a arder con facilidad y al poco rato aquella parte de la fortaleza comenzó a incendiarse. El humo se apoderó de toda la estancia.
 Los guardias de la sala de arriba temblaban de miedo al escuchar los gritos de sus camaradas pero aún se asustaron más cuando dejaron de escucharlos pues sabían que habían perecido. El capitán de aquel pelotón de más de treinta hombres ordenó que los siete arcabuceros y ballesteros que estaban junto a ellos se pusieran en formación para disparar.
     — ¡Les tenemos cogidos por los cojones! ¡De aquí no pasaran esos putos elfos oscuros! —gritó el capitán.
 Le hizo un gesto a uno de los guardias para que este abriera la puerta. Este negó con la cabeza por el miedo que sentía pero cambió de idea en cuanto el capitán le apuntó amenazándolo con una pistola de chispa.
 Finalmente asintió con la cabeza y con manos temblorosas abrió la puerta.
 En aquel instante todo el humo de la habitación de abajo subió hasta arriba inundando aquella estancia. La visión de los mercenarios fue nublada por completo.
 Escucharon una burlesca y malévola risa que venía desde abajo. Una voz que intimido aquellos hombres. Habían oído historias acerca de los asesinos elfos oscuros. Historias que narraban acontecimientos trágicos y aterradores. Muchos de ellos jamás se las habrían creído pero en ese momento estaban viviendo una. Uno de los mercenarios no pudo aguantar más y disparó presa del pánico. Y seguido de él los demás también dispararon hasta quedarse sin munición. Un reguero de pólvora manó de sus armas pero no pareció haber alcanzado a ningún objetivo.
     — ¡Maldita sea! ¡Disparar solo cuando yo de la orden! —gritaba el capitán.
 En el momento en que comenzaron a cargar sus armas tres Shuriken se lanzaron y se clavaron sobre los cuellos mercenarios.
 Al ver aquello uno de los mercenarios echó a correr pero el capitán le disparó por la espalda para que sirviera como ejemplo a todos aquellos que intentaran escaparse.
 Cuando el capitán volvió su vista al frente observó como uno de los asesinos dio un gran salto y rebanó tres gargantas de un solo movimiento.
 Otro de ellos se impulsó dando una voltereta. Rodó por el suelo y cuando se alzó le hizo un tajo en el estómago al capitán, el corte que produjo aquella negra espada hizo que los intestinos de la víctima quedaran al descubierto. El líder mercenario solo pudo lanzar un grito ahogado, dejó caer primero su arma y después se quedó de rodillas observando horrorizado como le colgaban las partes de su estómago hasta llegar al frio suelo. El mismo asesino que asestó tal golpe le cortó la garganta de un rápido movimiento. La víctima ya había muerto antes de desplomarse contra el suelo.
 Un mercenario rugió y cargó con su lanza a uno de los atacantes. Este lo esquivó con extraordinaria rapidez y contraatacó rompiéndole una rodilla con la bota. Instantáneamente aprovechando que su atacante había soltado su lanza para centrarse en la rotura del menisco, lo apresó por el cuello con uno de sus brazos para usarlo como escudo cuando uno de los hombres le intentó disparar. La bala perdida entró en el pulmón derecho de su camarada. El asesino que lo tenía cogido por el cuello lo remató degollándolo y después lanzó su daga al atacante que osó dispárale.
 Un hombre de barba larga, lanzó un desesperado ataque con su alabarda a uno de los elfos oscuros, pero este lo esquivó con suma maestría. Primero le clavó su daga en el estómago obligándolo a quedarse de rodillas tratando de taponar la hemorragia, posteriormente el asesino le saltó por encima con una voltereta y se hizo con el arcabuz que portaba a su espalda. Sabía que aquella arma fabricada por humanos estaba cargada y no tardó en abrir fuego contra otro de los mercenarios. La potencia del arma era tan colosal que le hizo retroceder cuando el plomo penetró en su carne. Instantáneamente soltó el arma porque ya había efectuado el único disparo que disponía.
 El inmenso humo que había por los alrededores, provocaba que los mercenarios no pelearan correctamente. Tosían constantemente, se les irritaban los ojos y como no podían ver bien algunos se disparaban unos a otros presa del pánico y la desesperación.
 Los elfos oscuros del templo de Sharzarssia acostumbraban a luchar en todo tipo de condiciones. Por esa razón utilizaron ese método.
 Para cuando el fuego del piso de abajo casi se extinguió y el humo del piso de arriba se dispersó un poco, se pudo apreciar el resultado de una masacre. Todo el suelo  estaba bañado en un charco de sangre y los cuerpos de los mercenarios estaban apilados unos encima de otros. Uno de ellos aún vivía y se arrastraba mal herido como si fuera un gusano. Le habían disparado con uno de los arcabuces en una de sus piernas dejando la carne y el hueso al descubierto. Tenía virutas de perdigones por toda la herida.
 Los tres asesinos se dirigieron hasta otra puerta. Solo les quedaba subir una planta más para matar al duque. De hecho, fueron enviados para acabar con él. Se había vuelto demasiado avaricioso…
     — ¡Perdonarme la vida por favor! —suplicó el mercenario herido mientras que agonizaba.
 Uno de los asesinos se le acercó hasta él. Se agachó y lo observó fijamente. A continuación se quitó la capucha dejando ver su rostro. Tenía la piel pálida y los ojos rojos como el color de la sangre. Su melena negra le llegaba hasta los hombros aunque tenía parte de ella afeitada. Sobre su cara había varios tatuajes. Glifos del templo de Sharzarssia.
 El mercenario lo observó tembloroso aún sin saber que decir. Pero el asesino le obsequió con una sonrisa lobuna. Se llevó el dedo índice a los labios gesticulando silencio.
     — Ssssssth —le dijo antes de degollarlo con lentitud.
 Caminaron hacia arriba por una escalera de espiral arrebatando las vidas de los demás guardias que se atrevían a atacarles. Sus cadáveres caían y rodaban escaleras abajo. Finalmente llegaron hasta la puerta que custodiaba los aposentos del duque y lo derribaron de una patada.
 Los tres asesinos descubrieron a cuatro guardias bien acorazados. Estaban equipados con armaduras de placas y mandobles de acero. Tras de ellos se guarecía el duque. Tenía puesto un camisón rojo. Los asesinos comenzaron el asalto a la fortaleza mientras que dormía. Era casi un anciano, muy canoso y con una retocada barba al mismo nivel que su pelo. Tenía manchas de vejez por la piel. Se veía claramente que formaba parte de la clase alta, pues tenía un cuerpo sin cicatrices ni ampollas. Y sus ojos… los ojos los tenía desorbitados presa del terror.
 Uno de los guardias lanzó un grito atacando a uno de los asesinos, pero este lo esquivó y le insertó la hoja de su espada justo por un espacio donde la carne del guardia estaba desprotegida. Primero se dejó caer de rodillas, posteriormente un chorro de sangre comenzó a fluir por los agujeros de su yelmo y finalmente se desplomó muerto en el suelo.
 Los demás guardias intercambiaron miradas como un rebaño de ovejas atrapadas en una esquina delante de una manada de lobos. Después de permanecer durante un breve instante bajo la atenta y burlona mirada de los asesinos, se armaron de valor y atacaron todos juntos, pero su osadía les costó el mismo precio que sus camaradas caídos. Sus cuerpos cayeron casi al mismo tiempo.
 El suelo y todas las paredes quedaron salpicados de sangre.
 En Aquel momento el duque se echó contra la pared y se arrodilló. Se sentía como una asustadiza liebre que se ha quedado arrinconada ante tres lobos.
     — ¡Dejarme vivir! ¡Os lo suplico! ¡Os pagaré el doble! ¡No, mejor el triple! Os daré todo cuanto poseo si os marcháis ahora —dijo el duque presa del miedo y la desesperación.
 Rasser, el asesino con tatuajes, se le acercó con una sádica sonrisa. Sus ojos rojos como el color de la sangre obligaba al duque a esquivar su mirada.
    — Fíjate Frederick. Mira lo que has hecho. Nuestro maestro es un hombre muy sensible. No debiste de decir todas esas cosas tan malas de él —decía el asesino tatuado en el lenguaje de los humanos Ivermon.
     — Lo lamento muchísimo, pero no tenía elección. Me iban a meter en la cárcel si no hablaba—decía el duque tembloroso.
 El asesino se inclinó lo suficiente como para susurrarle al oído.
     — Eso no es lo que nos han dicho a nosotros… recibiste cierta cantidad de oro… tanto nuestra como la de otros. Eres un soplón. Y no importa a donde viajes. Los soplones acaban mal en todos los reinos —le siseó el asesino.
 El duque se echó a llorar.
     — Piedad, piedad por favor —suplicaba a los elfos oscuros.
 El asesino no vaciló. Desenvainó la espada y le cortó los nervios necesarios para que no pudiera mover los brazos. Los asesinos elfos oscuros conocían muy bien la anatomía. Estaban entrenados en hacer cortes precisos para que sus enemigos estuvieran inmovilizados. El duque bramó de dolor, en aquel momento se zarandeaba de un lado a otro tratando en vano de mover los brazos. No dejaba de temblar.
     — Esto te pasa porque eres un cerdo avaricioso —dijo el asesino mientras lo agarraba de la cabellera con su mano enguantada. El duque cerró los ojos con fuerza y comenzó a rezar una oración en voz baja presa del pánico y la desesperación. Esta vez sería la primera vez que rezaría con el corazón y no de mentira como lo hacía antes para quedar bien frente a los sacerdotes de Marasthor.
 Rasser acarició la cabeza del duque como suelen hacer algunas personas antes de sacrificar a su ganado.
     — Y como a todos los cerdos tarde o temprano se les acaban matando, pues eso son lo que son. Cerdos.
 Nada más decir esas palabras le metió los dedos en la boca y le sacó la lengua justo antes de cortársela con una daga. La víctima no pudo hacer nada más que patalear. Después la tiró al suelo como si fuera un vulgar trozo de carne podrida. El duque chillaba y gritaba de dolor. Uno de los asesinos se acercó y le taponó la boca a su vez que afloraba una sonrisa bajo sus ojos oscuros.
 Con esa acción provocaron que el duque se ahogara con su propia sangre. Su piel se puso roja antes de convertirse en un cadáver.
 Los dos asesinos se levantaron y observaron el cuerpo del duque con arrogancia. El otro, al igual que Rasser, también se quitó la capucha. Tenía los ojos negros como la mismísima oscuridad. Su semblante asumía un mentón alargado, su pelo también era negro y la tonalidad de su piel era tan pálida como la de su compañero.
 Después salieron del cuarto del ya difunto Frederick. El tercer asesinó aún estaba inmóvil, había permanecido durante todo aquel rato frente a la cama observando como sus compañeros torturaron y asesinaron a aquel anciano.
     — Vámonos Asora. Tenemos que volver —dijo el asesino de ojos negros antes de largarse junto a Rasser.
 La elfa oscura miró a Zeltek, después se quitó su capucha dejando la cara al descubierto. Sus ojos fucsia resaltaban con su blanquecina piel. Sus labios eran rojos y carnosos y su pelo negro como el carbón permanecía recogido con una coleta.
 Se soltó la coleta y dejó que su oscura melena se liberara. Se iba a marchar en cuanto dejó de escuchar los pasos de Zeltek y Rasser, pero en ese momento sus ojos fucsia se posaron sobre una estantería que parecía estar en un lugar incorrecto. Cegada por la curiosidad se acercó y observó que los libros que estaban sobre ella eran de pega. Deslizó sus pequeños y delicados dedos por los libros falsos hasta que se detuvieron en uno que parecía más desgastado que los demás.
 Tiró de él, se escucharon unos viejos engranajes y para su sorpresa la estantería se abrió mostrando un compartimento secreto. En su interior vio a una muchacha desnuda y maniatada. No era mayor de dieciocho años. Tenía el pelo castaño y descuidado y sobre sus mejillas se veían lágrimas nuevas y rastros de lágrimas de varios días. Tenía sangre seca debajo de la nariz y el cuerpo lleno de cardenales. Dedujo que el duque y los mercenarios la habían estado maltratando y violando durante mucho tiempo. Estaba desnutrida. Y sedienta pues tenía los labios secos.
 La chica examinó a la elfa oscura temiendo lo peor. Desde que era una niña había escuchado terribles historias de los elfos oscuros pero jamás se llegó a imaginar que vería alguno en su vida. Temblaba y balbuceaba constantemente.
 Asora la miró fijamente a los ojos. La chica estaba débil. Le sería tan fácil matarla como aplastar a una hormiga. Estaba demasiado débil como para poder mostrar resistencia. Debía de hacerlo. Pronunció el sacramento oscuro antes de entrar en combate dentro de la fortaleza. Los asesinos de Sharzarssia nunca dejaban testigos. Juró matar y morir en nombre de la diosa oscura. Las palabras que recitó anteriormente resonaron en su mente: “Madre de la noche y la oscuridad eterna, purgaremos de tu mundo a los débiles y los indignos…”
 Desenvainó su daga y  se acercó hasta ella.
     — Por favor no. No me mates. Por favor… —decía la chica mientras que lloraba.
 Se acercó más a ella y la garró con fuerza de los pelos. Estiró con fuerza de su melena para que su cuello estuviera más tenso. Después le puso la daga en la garganta.
     — Te lo suplico por favor… mi familia me echa en falta… por favor… —la chica seguía llorando y suplicando.
Asora la miró a los ojos por última vez.
“Madre de la noche y la oscuridad eterna, purgaremos de tu mundo a los débiles y los indignos…”




martes, 5 de junio de 2012

Cap.5 Ojo por ojo

                                                    5
Ojo por ojo


K
hiel llegó de madrugada a Prorharbol, saltó del carro cuando vio un cartel que indicaba el nombre de la aldea. Se escabulló por las calles mientras que iba al trote, casi corriendo, buscó alguna posada, dedujo que en un lugar como ese sería donde más posibilidades habrían de encontrarlos. No le quedaban otras opciones.
   No había mucha gente por las calles a esas horas de la noche. De vez en cuando se cruzaba con algún peregrino, con algún lugareño beodo o con algún guardia de la ciudad que estaría patrullando en el turno de una noche aburrida.
   Prorharbol no era muy grande, por tanto sabría tendría más facilidad de dar con una posada o encontrar a Rolan y sus compañeros, aquello le alegró, le dio un atisbo de esperanza en mitad de aquella tempestad que le estaba causando tanta desesperación. Aún muy a su pesar, sentía miedo por atravesar solo aquellas desconocidas calles a esas horas de la noche por temor a la oscuridad, o porque quizás también algún ladrón se aventurase a hacerle daño intentando robarle. ¿Pero quién le robaría? Ya no tenía nada de valor. Además. Estaba un lugar apartado rodeado de montañas y grandes árboles.
   La aldea de Prorharbol gozaba de tener muchos tipos árboles diferentes, la mayoría de los lugareños se dedicaban a la plantación y a la tala de estos, para luego vendérselos a nobles y gente adinerada. Incluso se utilizaban para decorar en los jardines del castillo del mismísimo rey de Ivermon.
   La Aguja Dorada, así se llamaba la única posada que tenía aquella aldea habitada mayormente por leñadores y jardineros.
   No le costó trabajo encontrarla.
   El elfo entró en la posada, tenía el símbolo de una aguja dorada con un cordel de plata dibujados en su cartel, era muchísimo más grande que el Tejón Malhumorado. Al examinarla de un rápido vistazo sus cansados ojos descubrieron a la posadera que la regentaba, una señora un tanto mayor, bajita y rechoncha con un atuendo blanco, al igual que su largo pelo que le llegaba casi hasta la cintura recogido en una coleta.
   Khiel examinó el resto de la posada, había unos leñadores riendo entre ellos acompañados de buena cerveza. También había cuatro tipos muy extraños en otra mesa a los prefirió no mirar. Pero no había ni rastro de Rolan y los demás, ¿acaso llegó tarde? ¿Demasiado pronto? ¿Quizás le escuchó mal a Zaisti y estaba en otro lugar? ¿O es  posible que justo antes hubiese ideado una treta  para que Khiel fuese al lugar equivocado?
   El joven elfo empezó a hacerse cientos de preguntas desesperado, no sabía qué hacer, tenía hambre, tenía sueño, estaba sucio y le dolían las heridas que se hizo al escaparse de la incursión que hicieron los elfos oscuros en Sacua. No había dormido desde antes y se encontraba muy cansado.
   Finalmente decidió ir al mostrador y preguntar a la posadera.
   — Discúlpeme señora —preguntó Khiel humildemente.
   La anciana se le acercó y lo miró con asombro, pero después le dedicó una sonrisa.
   — Hola jovencito —le dijo la señora— ¿qué hace un chiquillo como tú a estas horas de la noche?
   — Verá, estoy buscando a tres personas, son poco mayores que yo, uno de ellos es rechoncho, un poco más alto que yo, el otro es de estatura normal parece fuerte y el último es alto, delgado y tiene el pelo de punta, ¿los ha visto?
   — Déjame pensar...  —dijo la anciana  mientras fruncía el ceño de su arrugado rostro y se cogía de la barbilla. — Sí, estuvieron cenando aquí, pero no estuvieron mucho rato, parecía que tenían mucha prisa, hasta se fueron sin acabarse la comida que habían pedido.
   A Khiel se le iluminó el rostro y mostró una gran sonrisa mostrando una gran alegría.
   — ¿De verdad? ¿Comentaron algo sobre adonde iban a ir?
   — No. Lo siento pequeño —le respondió la posadera.
   Toda la ilusión que se había llevado el chico se desvaneció de repente. Volvía a estar como al principio, ya no tenía ninguna pista en la que seguir, se le esfumó toda la esperanza que tenía.
   A Khiel le sonaron las tripas con tanta fuerza a causa del hambre que hasta aquella anciana se dio cuenta de ello. La posadera lo miró durante un breve rato con lástima.
   — ¿Tienes hambre chico? —le preguntó con empatía.
   — Sí, pero de verdad que lo siento mucho señora, no tengo nada conque poder pagarla —dijo Khiel mientras se ponía la mano en el estómago y agachaba la cabeza.
   — No te preocupes por eso jovencito, siéntate allí —dijo la anciana señalando una mesa vacía— voy a prepararte algo, los jóvenes necesitan comer mucho a vuestra edad para poder crecer sanos y fuertes.
 Khiel no se pudo creer lo que estaba escuchando, aquella anciana le había ofrecido comida a cambio de nada, estaba muy asombrado. Tal vez no todos los humanos despreciaban a los de su sangre después de todo.
   — Gracias señora, muchas gracias de verdad, le prometo que se lo pagaré de alguna forma— respondió Khiel.
   — No hace falta muchacho, ahora ve, siéntate allí y espera a que te traiga la comida ¿de acuerdo? —le dijo con delicadeza mientras que le mostraba una sonrisa.
   Khiel se sentó en una mesa y esperó impaciente a que le trajean la comida. Le costaba mucho mantener los ojos abiertos, tenía mucho sueño pero el hambre que tenía lo mantenía bien despierto.
   — ¡Maldito Rolan! —dijo uno de los hombres que estaba en la mesa de al lado— ¡Esta vez me las va a pagar!
    El muchacho se sorprendió y se dio la vuelta para verlos.
   — ¿Rolan? ¿Has dicho Rolan? Lo conozco, precisamente yo también lo andaba buscando... —dijo Khiel parándose en seco al ver la clase de hombres que eran.
   Eran los cuatro hombres que evitó mirar cuando entró en la posada. El que estaba hablando tenía la cabeza afeitada mostrando la gran cicatriz que sobre ella, era grande y fuerte, también tenía parte de la cara quemada y un ojo tapado por un parche, aquel hombre era tuerto. Vestía un peto de cuero tachonado y unos sobre hombros de acero que lo protegían. En los antebrazos tenía unos brazales de cuero negro los cuales tenían puntas de acero. Parecía peligroso. Otro de ellos era grande, todavía más que el primero, medía casi dos metros y además tenía un cuerpo muy ancho, con brazos gruesos y una barba negra que le llegaba hasta el pecho. Vestía una cota de malla que le llegaba hasta la cintura. Sobre sus hombros descansaban unas zarpas de piel  de oso de los cuales sus pantalones también se habían fabricado con la misma piel. No parecía ser de Ivermon. Y los otros dos restantes eran gemelos, muy delgados, con pelo corto, ojos oscuros y la cara llena de cicatrices. Ambos vestían armaduras de un grisáceo cuero.
   — ¿Eres amigo de Rolan pequeño elfo? —le preguntó el tuerto.
   Khiel se quedó boquiabierto y paralizado por el miedo, estaba muy arrepentido de a ver abierto la boca. Se culpó así mismo por ello.
   — No, de hecho me robó —dijo Khiel con una temblorosa voz.
   Los dos gemelos se miraron mutuamente e intercambiaron una malévola sonrisa mostrando unos dientes amarillos. Aquello hizo que le recorriera un escalofrío por todo el cuerpo y se pusiera aún más nervioso.
   — Así que te robó... —dijo el tuerto con una suave pero fría e intimidadora voz. Le clavó una mirada autoritaria con el único ojo que tenía obligándole a evadir aquel incómodo miramiento  —te robó y te dijo su nombre... qué curioso, no es normal que un ladrón diga su nombre cuando te ha robado, aunque viniendo de Rolan me puedo esperar cualquier cosa.
   A Khiel le temblaban las piernas, tenía ganas de salir corriendo de ahí pero sus temblorosas y castigadas extremidades no le respondían. Tal vez por el cansancio o porque tal vez estaba muerto  de miedo.
   Los hombres se levantaron de sus sillas  mostrando sus desgastadas armaduras de cuero y sus negras botas de placas.
   — Vamos a dar un paseo —dijo el hombre tuerto.
   — No gracias... de verdad... —decía Khiel aún sin poder mantener la mirada fija en la de aquel hombre—  además, la posadera me está preparando la ce...
   — No importa, solo vamos a tomar un poco el aire, será un rato nada más, —le interrumpió el hombre mientras le ponía a Khiel la mano en el hombro. Aquello provocó que se le erizara el pelo, pero la preocupación del elfo aumentó todavía más cuando se percató de que con la otra mano sujetaba un hacha que le llegaba hasta la cintura. —Será divertido.

   Recorrieron las calles de la aldea en dirección hacía la salida, Khiel estaba muy asustado, tenía ganas de salir corriendo y desaparecer de ahí, pero el hombre barbudo tenía una enorme ballesta con la que le podía disparar si intentaba huir, al ver aquel arma, su mente no dejaba de recordar el momento en el que un elfo oscuro le disparó con su ballesta a Ben y de que como su cadáver se desplomó contra el suelo.
   No había nadie por la calle a quien le pudiera pedir ayuda, las correderas de la aldea estaban desiertas, y aunque aquella noche, en aquel lugar y en esa misma hora alguien tuviese la desgracia de toparse con aquellos matones, poco se habría esforzado por ayudar a un elfo con cara de asustado.
   Al llegar a la salida dos guardias la estaban custodiando, aquello lo alegró, aunque sabía que a un guardia iverotano poco le iba a importar la vida de un elfo, también sabía perfectamente que no iban a dejar pasar por alto a un grupo de desconocidos armados hasta los dientes.
   Uno de los guardias, con extrema cautela, se aproximó hasta ellos desconfiado, puesto que apoyaba la palma de la mano en el pomo de la espada.
   — Buenas noches viajeros —dijo el guardia— no sois de por aquí, ¿qué se os trae en Prorharbol a estas horas de la noche?
   Hubo un incómodo silencio. Un silencio que duró poco, pero era tan incómodo que daba la sensación de que parecer una eternidad.
   — Hemos... venido a visitar esta tranquila aldea... —le dijo el tuerto mientras le dedicaba una sonrisa mostrando un diente de plata.
   El guardia examinó con una mirada sospechosa a toda la banda con cierta desconfianza ante sus ojos, después le miró a Khiel fijamente.
   — ¿A visitar la aldea chico? —le preguntó el guardia al joven elfo.
   El tuerto le apretó con fuerza en el hombro al muchacho con su mano izquierda mientras que con la otra sujetaba un cuchillo que lo amenazaba con la punta oculta tras su espalda.
   — Sí... señor... —le respondió Khiel con una temblorosa voz.
   El otro guardia inquieto, estaba revisando unos pergaminos que se le escurrían de las manos, lo hacía muy nervioso, pero no desistió en hacerlo hasta que dio con uno de ellos. Lo examinó detenidamente y después miró al tuerto. Su rostro palideció por completo. Respiró varias veces con profundidad como si se esforzase por mantener la calma.
   — Señor, venga a ver esto —dijo el guardia.
   El guardia con el que estaban hablando les dio la espalda y se dirigió a grandes zancadas hasta su joven compañero, después, con su mano enguantada, cogió el pergamino y lo examinó, al ver su contenido, su rostro delató su asombro. A continuación desenvainó la espada y se dirigió de nuevo a los hombres.
   — ¡Carlin el tuerto! —dijo el guardia mientras se acercaba hasta el opresor de Khiel— en nombre de Ivermon y por orden directa del senado quedas arrestado por triple asesinato.
   En aquel instante Carlin el Tuerto empuñó su hacha y de un rapidísimo movimiento le rebanó el cuello al guardia. La sangre de la víctima se desperdigó y en gran parte terminó salpicando la ropa y el rostro del muchacho.
   Carlin le pegó el tajo con tanta ferocidad que el cadáver del guardia dio un giro de noventa grados cayendo de frente contra el suelo y dejando un charco de sangre. El rojo carmesí de la sangre teñía de sangre todo el suelo. Incluso a esas horas de la noche se podía apreciar la fresca sangre recientemente derramada en el frío y humeante suelo de fango. El cuerpo del guardia dejó caer el pergamino que se posó a los pies de Khiel, entonces lo vio, era un cartel de <<se busca>> con el retrato de Carlin. En él decía: Carlin el tuerto, recompensa de 11.000 iderios por capturarlo.
   A Khiel se le heló la sangre cuando vio el cartel y aquella grandiosa recompensa por capturarlo. Dedujo que debía de ser un hombre muy peligroso para que ofrecieran una suma tan significativa por capturarlo.
   El otro guardia trató de desenvainar su espada pero el hombre barbudo no vacilo durante ningún instante y  le disparó con la ballesta en el pecho haciendo que la punta del virote atravesara su torso con armadura y todo. El virote se clavó en el tronco de un árbol dejando el cuerpo del guardia ahí colgado.
   Khiel se puso blanco, dio un grito de horror e intentó echar a correr pero Carlin le tenía bien sujeto.
   — ¡Elfo de mierda! ¡Tú no te vas a ir a ninguna parte! —exclamó Carlin.
   — ¡Por favor dejad que me vaya! ¡Juro que no diré nada lo prometo! —dijo Khiel desesperado mientras dejaba caer unas lágrimas por el temor que tenía.
   Uno de los gemelos lo silenció golpeándolo con una pequeña porra en la cabeza. Lo dejó sin conocimiento. En ese momento todo se volvió negro.

   El hombre barbudo lo llevaba acuestas apoyado sobre su hombro, doblado por la cintura iba maniatado, con una bolsa de tela negra puesta sobre la cabeza y un trapo atado sobre su boca para asegurarse de que no gritara ni pidiera ayuda.
   Cuando le quitaron la bolsa Khiel descubrió que le habían atado en un árbol en medio de un bosque. No tenía ni idea de donde se encontraba. Uno de los gemelos estaba apoyado en uno de los árboles. Con suma sutiliza, se quitaba con un cuchillo el sarro que tenía en los dientes. Su hermano gemelo mientras tanto, afilaba un cuchillo sin quitarle la vista al prisionero, lo hacía con una sonrisa, como si en cualquier momento se le dispusiera a despellejarlo y después destriparlo.
   Pero ahí estaba Carlin, delante de él, mirándole con sumo desprecio, la mirada su ojo sano no se despegaba del joven elfo. El hombre barbudo en cambio no se encontraba ahí.
   — Vaya, vaya, vaya... —decía Carlin— así que tú también eres amigo de Rolan.
   — No, no lo soy, solo lo conozco porque escuché su nombre cuando me robó —dijo Khiel casi sollozando— ni siquiera me cae bien.
   — No, no, no — decía Carlin mientras movía el dedo en forma de negación— no está bien que hables así de tus amigos. No creo que ni a Rolan, ni al erizo, ni al gordito les hiciera gracia oírte hablar tan mal de ellos.
   — Por favor, no me mates, yo no hecho nada lo juro —suplicó Khiel.
   Carlin le dio un puñetazo en la cara haciendo que su cabeza se golpeara contra el árbol al que estaba atado.
   — ¡Que me digas donde está! ¡Dímelo! ¡Habla de una maldita vez! —decía Carlin mientras le golpeaba varios puñetazos en la cara y en el estómago repetidas veces.
   Los gemelos observaban la escena con una sádica sonrisa, como si disfrutasen con lo que estaban viendo.
   A Khiel todavía le dolía el golpe que le había dado uno de los gemelos en la cabeza. No paraba de llorar al mismo tiempo que sangraba de la boca y la nariz. Un hilillo de sangre se le asomaba por la boca cada vez que la abría para gritar de dolor.
   — No lo sé, no lo sé —le suplicaba el elfo— por favor no sigas haciéndome esto, no le diré nada a nadie lo prometo.
   — ¡A mí no me mientas! —Decía Carlin mientras que le agarraba del pelo y lo golpeaba contra el árbol en el que estaba atado— ¿Sabes lo que me hizo tu amigo? ¡Sabes lo que me hizo!
   Khiel negó con la cabeza mientras seguía llorando con los ojos entrecerrados.
   Carlin se quitó el parche. Y mostró lo que le quedaba de un ojo chamuscado, lleno de suciedad y pus.
   — ¿Ves esto? —decía Carlin mientras que se señalaba con un dedo en el ojo chamuscado— tu querido amigo Rolan me hizo esto, abrasó mi ojo. Y desde entonces soy... Carlin el Tuerto. ¿Es curioso verdad?
    Carlin empezó a reír mientras que Khiel no le quitaba la mira de encima por lo asustado que se encontraba. Era una risa enfermiza. ¿Por qué a él? No le dejaban de ocurrir cosas malas. Una tras otra. Y cuando por fin tuvo algo de suerte y podía comer algo un perturbado y su banda le secuestraba.
   — ¿Pero sabes que es lo más divertido de todo? —decía Carlin mientras que reía entre dientes— que en algunos lugares ya me empiezan a llamarme Carlin el Sacaojos.
   Khiel no dejaba de intentar de respirar mientras que no paraba de jadear tratando de recuperar el aliento, estaba muy pálido, la sangre de la herida que le habían hecho en la cabeza empezó a deslizarse por el ojo y ya le estaba escociendo.
   Carlin deslizaba suavemente la punta de su cuchillo por la cara de Khiel, pero detuvo la punta del arma justo debajo del párpado de su ojo izquierdo.
   — Desde que me dejaron tuerto, me he fijado mucho en los ojos de los demás, ¿sabes? —Decía Carlin sin apartarle la mirada de su ojo de los de Khiel— ¿quieres saber lo que llevo en esta bolsa de cuero?
   Carlin cogió una bolsa de cuero que tenía atada a su cinto, la abrió y le mostró a Khiel lo que tenía en ella.
   En el momento en que Khiel vio el contenido de la bolsa el pánico se apoderó de su cuerpo y el pánico que le hizo sentir provocó que se orinase encima.
   La bolsa estaba llena de ojos, de todos los colores, algunos recientes y otros putrefactos, casi había una docena.
   Carlin vio como Khiel había manchado sus pantalones con la orina.
   — ¿Qué te pasa canijo? ¿Te has hecho pipí encima? ¿Acaso no te enseñaron tus papás buenos modales? El gato que me he comido esta mañana tenía más valentía que tú. Al menos él no se meó cuando lo despellejé vivo para después comérmelo. —Decía Carlin para burlarse de él. — Me parece que te voy a tener que dar una lección para que aprendas buenos modales.
   — ¡No por favor! No me hagas nada, haré cualquier cosa, cualquier cosa...
   — ¡Cállate!— dijo Carlin antes de propinarle una bofetada— ¡ahora voy a sacarte eso preciado ojo verde tuyo!
   Carlin empotró de perfil la cara de Khiel contra el árbol al mismo tiempo que le habría el ojo con el dedo pulgar e índice.
   — ¡No me hagas nada te lo suplico! ¡Por favor no me hagas esto! —decía Khiel mientras que veía como la punta del cuchillo se le acercaba cada vez más a su ojo
   En ese instante una especie de brillantes símbolos dorados aparecieron en el iris de su ojo.

Cap.4 Tejón Malhumorado

                                      
4
Tejón Malhumorado

K
hiel se paseaba por Nubría buscando la posada que había oído mencionar al ladrón; El tejón malhumorado. La guardia y muchos de los campesinos del pueblo no eran diferentes a aquellos que estuvieron en el mercado, lo seguían mirando con desprecio y desconfianza.
   Los  rayos del sol ya se asomaban atravesando las blanquecinas y esponjosas nubes, la brisa de la primavera traía un dulce aroma de las jóvenes flores que florecían junto a la fresca hierba y en las ramas de algunos de los árboles. Casi podían ocultar el hedor de los cerdos que se paseaban al libre albedrío.
   El suelo y los caminos la pequeña aldea estaban marcados con numerosas pisadas que yacían en el fango mezclado con algunas heces de animales. La tierra del suelo estaba húmeda y olía a orines de oveja y caballo. La tierra aún seguía algo húmeda por la llovizna que hizo durante la noche.
   La mayoría de las casas de Nubría eran granjas de madera, en donde los granjeros y campesinos cultivaban sus especias para luego venderlas en el mercado. No había una granja que no tuviera una plantación.
   Khiel desesperado estuvo preguntando a todo el que se cruzaba por el camino en  donde estaría la posada de El Tejón Malhumorado, algunos lo ignoraban completamente y ni se dignaban a responderlo, otros negaban con la cabeza y decían falsamente no saber en dónde se encontraba, ni siquiera los guardias trataron de ayudarle incluso después de a ver mencionado que fue víctima de un robo. Uno de ellos hasta le amenazó con propinarle una bofetada si no se apartaba de su vista.
   El muchacho se arrepintió de no a ver seguido la pista de los ladrones hasta la posada cuando tuvo la oportunidad, le daba miedo ir tras ellos y de que alguno, asqueado, se diera la vuelta y le propinase otro golpe. Pero al fin tuvo algo de suerte, una granjera que llevaba una cesta llena de cebollas y zanahorias se dignó a responderle y darle unas indicaciones para llegar a la posada.
   No tardó mucho en llegar a la posada, estaba en el centro de la aldea, situada en una pequeña plaza que tenía un pequeño jardín con árboles y bancos de madera en donde poder sentarse.
   Las ventanas de la posada eran de vidrio amarillo y tenía un viejo cartel de madera con un tejón de color rojo, la posada no era muy grande pero tenía dos grandes puertas de madera en la entrada.
   Nada más entrar dentro de la posaba la examinó de arriba abajo para ver si encontraba a los tres ladrones, y ahí los encontró comiendo y bebiendo en una vieja mesa de madera. Estaban disfrutando cordero asado, acompañado de un pan de leña recién hecho, a Khiel se la caía  la baba, viendo cómo se llevaban a la boca ese manjar de carne, crujiente pero al mismo tiempo sabrosas, con un punto de sal, con ajo frito y picado que le daba un toque de sabor. No había comido desde la mañana anterior y le sonaban las tripas. Ver toda aquella comida fuera de su alcance le hizo recordar los “lujos” que se  perdía con los Algred aunque no le dejaban entrar en la cocina y solo de dieran de comer  las sobras que dejaban en sus comidas. Sin duda se estaban dando un gran festín a su costa, la carne era el alimento más caro que  pudiera haber.
   Los ladrones se percataron de que Khiel los había encontrado de nuevo. Cuando Rolan alzó la cabeza para tomarse las ultimas gotas de su jarra de cerveza y vio que el elfo los había encontrado hizo un gesto de agobio.
   Se le quedaron observando durante unos instantes hasta que finalmente Rolan se levantó de la mesa y se acercó a Khiel a grandes zancadas.
   — ¿Pero qué es lo que pasa contigo? —Preguntó Rolan aún con algo de comida en su boca— ¿tú nunca te cansas?
   — No, y estaré detrás de vosotros hasta que me devolváis mi libro y mi espada.
 Rolan suspiró profundamente, miró hacia el suelo y después clavó su mirada en los ojos verde esmeralda de Khiel, después dirigió su mirada a sus compañeros que los observan atentamente.
   — Está bien, mira, —comenzó a decir Rolan— puede que no hayamos sido buenos contigo, y puede... que me pasara un poco con aquel puñetazo que te he pegado...
   — ¿Solo un poco? ¿Has visto como me has dejado el ojo? Todavía me duele. —se quejó el elfo señalando su lesión.
   — Mira, acepta mi invitación, ven a comer con nosotros —dijo Rolan mientras le ponía la mano en el hombro.
   — ¿Y qué pasa con mi espada? ¿Y mi libro?
   — Escucha, —continuó Rolan— tu come con nosotros, pareces hambriento y visto lo visto, invitarte a comer es lo mínimo que podemos hacer por ti. Y no te preocupes por la espada, después de comer negociaremos una manera en la que podamos pagártelo. ¿Qué me dices?
   Rolan extendió su brazo para darle la mano a Khiel. El elfo dudó durante un momento pero al final le estrechó la mano a la vez que sonreía.
   — Está bien, trato hecho —dijo Khiel lleno de emoción.
   Aquel joven le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
   — Muy bien, así me gusta, tu sí que sabes negociar, ahora ven con nosotros —le invito Rolan mientras se lo llevaba consigo hasta la mesa en donde estaban sus compañeros.
   Khiel se sentó junto a Rolan, pese a lo que le pasó en la noche anterior en Sacua y lo de aquella mañana empezó a sentirse contento, se sentía aceptado con esa gente pese a lo que le habían hecho.
   — ¡Posadero! ¡Agua fresca y cordero para mi fiel compañero! —dijo el ladrón mientras que alzaba y agitaba la mano en señal invitación.
   En la posada no había mucha gente. Solamente estaba el posadero, un hombre en la barra borracho sentado en un taburete de madera con un vaso lleno de licor, y dos mercaderes comiendo codorniz acompañado de vino en una mesa como la de ellos.
   Al llegar el posadero le sirvió una jarra de agua con un vaso y un plato de madera con el cordero. El posadero era un tipo muy grande, con brazos anchos y peludos y con la cabeza afeitada, tenía una nariz grande y respingona que se le disimulaba con su largo y puntiagudo bigote.
   Nada más servir el plato, Khiel se arremangó y se abalanzó sobre la comida devorándola presa del hambre que tenía.
   Todos lo miraron asombrados por la manera en que se estaba comiendo aquel delicioso plato fruto del hambre que sentía. Era obvio, llevaba mucho tiempo sin comer.
   — Deja que te presente a mis leales compañeros, —comenzó a decir Rolan ignorando la manera en que Khiel devoraba la carne— el rechoncho que tienes delante se llama Baco, si estamos aquí es por él, es nuestro bardo y cocinero, el cordero que estás comiendo ahora no es nada comparado con lo que pueda cocinar él, sin sus platos y sus cuentos populares, nuestro “equipo”, por llamarlo de alguna manera, no sería el mismo y sería todo más aburrido.
   —  ¿Equipo? ¿Sois una especie de banda o algo así?  —preguntó Khiel mientras comía sin parar.
   — Oye, oye, no hables con la boca llena y mastica con la boca cerrada ¿quieres? ¿Acaso no te han enseñado modales? —dijo el otro ladrón mientras jugueteaba con su moneda de plata mientras se la pasaba entre los dedos.
   — Perdónale —dijo Rolan después de dar un sorbo a un vaso de agua— ese es Zaisti, tu no le hagas caso, es muy quisquilloso. Es un experto jugador de cartas, y no hay cerradura que se le resista. Siempre tiene un as bajo la manga.
    Acto seguido Zaisti hizo un movimiento con la muñeca y se sacó un as de diamantes de la manga.
   Khiel se llevó otro gran trozo de carne a la boca y lo tragó casi sin masticar.
   — ¿Y tú qué? ¿Cómo te llamas? ¿Y que hace un elfo como tú por estos lugares? Ya no es muy habitual ver a tu gente por estas tierras —preguntó Baco.
   — Me llamo Khiel y lo cierto es que mucha gente me hace la misma pregunta, y la verdad, es que no lo sé, —dijo el elfo mientras cogía un trozo de pan y se lo llevaba a la boca— una familia de Sacua me encontró a orillas de un río sin conocimiento cuando era muy pequeño, nunca he conocido a mis verdaderos padres, siempre he...
   — Un momento —interrumpió Zaisti— ¿eres de Sacua?
   — Sí, unos tipos con vestiduras negras vinieron a la noche y...
   — Estamos enterados de lo que pasó —le interrumpió Rolan— los elfos oscuros atacaron la aldea, y lo más extraño es que mataron a todos los campesinos. No hicieron prisioneros. Fue una autentica masacre, todo el mundo habla de ello.
   — ¿Extraño por qué? —Preguntó Khiel— lo poco que sé de ellos es que son los descendientes oscuros de los altos elfos y que son unos mortíferos atacantes y unos despiadados asesinos. No había mucha información en la biblioteca de la finca en donde me había criado, desde que tengo memoria trabajé en ese lugar como un vulgar siervo hasta ahora.
   — Así que eres una rata de biblioteca... has estado viviendo debajo de una piedra ¿verdad? Se nota que no viajas mucho. La gente tiene miedo hasta para hablar de ellos. Los elfos oscuros entran a nuestras tierras a capturar a la gente y usarlas como esclavos para sus fines oscuros, para ellos no somos más que ganado —dijo Zaisti mientras untaba mantequilla en un trozo de pan —es lo único que se sabe, una vez que se llevan a la gente no se sabe más de ellos.
   — Atacaron a gente inocente, a hombres, mujeres y niños que no podían defenderse —dijo Baco mientras apretaba con fuerza el vaso— hubo muy pocos supervivientes, no sabes la suerte que tienes de seguir con vida.
   — Lo que yo no comprendo es que hacían tan al sur, normalmente llegan con sus arcas negras y atacan por el norte, y lo más extraño de todo es la presencia de los altos elfos, se supone que ya no son aliados Ivermon —dijo Rolan mientras se llevaba el último trozo de comida a la boca.
   Khiel no dejaba de mirar a un cuadro que había en la posada. Tenía un marco de madera de pino tallado a mano, y  mostraba el dibujo de un océano en pleno amanecer. Nunca había visto algo así, ni siquiera en la colección de arte que poseía Tomas.
   — Parece que sabes apreciar el arte ¿verdad? —dijo Baco mientras el también observaba el cuadro— es un gran lienzo, una maravilla para la vista, pero es algo que no se sabría apreciar en un antro como este, en el que por las noches, se llenan de borrachos endebles.
   — Lo cierto es que en la finca donde trabajaba había muchos cuadros, y de una gran colección sin duda —dijo Khiel sin quitarle la mirada de encima— pero este se lleva la palma.
   — En fin  —dijo Rolan mientras se estiraba y daba un largo bostezo— ¿Puedes ir a por agua? después de este atracón que nos hemos dado estamos muy sedientos.
   — Por supuesto, ¿porque iba a negarme?, al fin y al cavo parecéis buena gente —dijo Khiel entusiasmado.
   Mientras que el elfo se levantaba escuchó a Zaisti decir algo de ir Prorharbol pero no le hizo mucho caso. Fue como un susurro que entro por sus oídos y se perdió en su memoria.
   El joven elfo se dirigió a la barra en donde estaba el posadero mientras que le llevaba la jarra vacía.
   — Sírvame agua por favor —le dijo Khiel al posadero.
   Aquel hombre ni siquiera le hizo el amago se servirle la jarra. Únicamente le miraba fijamente a los ojos, con gran desprecio mientras que limpiaba un plato con un paño húmedo.
   — Te lo serviré cuando me pagues la cuenta —le contestó el posadero con una tonalidad hostil.
   — No te preocupes por eso, aquellos tipos de ahí lo van a pagar todo —dijo Khiel mientras señalaba la mesa vacía en donde habían comido.
   — ¿Qué tipos? ¿Tus amigos que se acaban de ir a hurtadillas?
   Khiel se volvió y miró a su espalda, para su sorpresa descubrió que ya no había nadie, la mesa estaba vacía, los ladrones ya se habían ido, se habían esfumado, habían dejado a Khiel solo y con una deuda pendiente ante el posadero. Habían vuelto a engañarlo.
   ¡Ingenuo! Ingenuo además de necio. ¿Cómo podía haberse fiado de aquellos ladrones después de lo que le habían hecho? Le habían vuelto a engañar. Le habían estado manipulando con un gesto generoso y amables palabras hasta que mordió el anzuelo. Cayó en esa patética trampa. Se sentía como un estúpido. <<Maldito Rolan, ha vuelto a engañarme>> —pensó Khiel.
   — Oye, ellos dijeron que pagarían la comida, y además, ni siquiera son mis amigos —balbuceaba el elfo en mitad de lamentos.
   — ¿Estás seguro? —Dijo el posadero— recuerdo perfectamente haber oído decir a uno de ellos que eras su “fiel compañero”. A sí que mocoso, deja de tomarme el pelo y paga la cuenta de una vez. Me debes treinta iderios de cobre.
   Treinta iderios de cobre. Eso era mucho para Khiel. Era demasiado dinero para casi cualquiera. En aquellos tiempos de guerra mucha gente se había quedado sin dinero como para poder permitirse pagar una comida en una posada. Se acababa tomar un lujo que muy pocos habrían podido pagar.
   El iderio, la codiciada moneda de Ivermon. Algunos hasta mataban por hacerse con aquellas monedas de diferente tamaño y valor. Todas ellas gozaban de tener en una de sus caras el símbolo de los cuatro pétalos blancos de Ivermon, mientras que en la otra cara estaba el rostro del rey William. Acababa de abandonar Sacua y ya estaba endeudado.
   —Te estoy diciendo la verdad —dijo Khiel mientras empezaba a ponerse nervioso— lo cierto es que vine aquí a buscarlos porque me robaron.
   — ¡Mira renacuajo insolente! ¡Deja decir tonterías! O pagas la deuda o llamo a la guardia y lo solucionamos en un momento.
   — No por favor, —suplicó Khiel— te lo ruego, ¿no hay otra manera en la que podamos negociar este malentendido?
   El posadero miró a su alrededor observando a la muchedumbre que acababa de entrar en la taberna, después miró de nuevo al muchacho mostrando una sonrisa.
   —Ya lo creo que sí...
   Para poder pagar la deuda Khiel tuvo que trabajar durante todo el día hasta casi media noche, sirviendo comida y bebida a hombres borrachos que no dejaban de insultarle y arrojarle su bebida además de escupirle. El posadero fue muy grosero con él, le hizo trabajar más de lo que valía la cuenta y sacó el mayor provecho y beneficio de ello. Cuando hubo terminado el día Khiel estaba agotado, tenía hambre de nuevo y el posadero se negó a darle un solo bocado. Ni siquiera le dejó que se llevara un trozo de pan duro. El posadero afirmó que prefería dárselo a los cerdos antes que acabase en su estómago. Todo era culpa de Rolan y sus amigos. Por culpa de ellos lo estaba pasando así de mal. ¿Pero que les había hecho el para que le hicieran todo aquello? ¿Acaso no tenían suficiente con haberle robado? El no hizo nada malo. No merecía ser tratado de esa manera.
   Dejó de comparecerse de sí mismo y decidió centrarse en sus objetivos. Cuando saliera de la posada tendría que volver a buscarlos. ¿Pero por dónde empezaría? ¿En Prorharbol tal vez?
    Era casi media noche cuando dejo la posada. Aprovechó un despiste del posadero para escabullirse y escapar de aquella tortura. Pero no sin antes echar un último vistazo al cuadro de la posada. Era impresionante. Un regalo para la vista sin duda. Y ahí estaba. Un buen cuadro en el que muy pocos se fijarían. Olvidó tales pensamientos y salió de la posada al exterior de las calles. No había ningún alma. Se frotó los brazos porque hacía viento fresco. La primavera acababa de empezar y los indicios del invierno aún no se habían esfumado.
   No sabía a donde debía dirigirse, pero parecía que la suerte que le ofreció el destino le había sonreído de nuevo. Un comerciante que iba montado en un carro arrastrado por una mula llevaba como mercancía unos barriles de madera llenos de cerveza en el que tenían puesto una etiqueta que ponía  Prorharbol.  Se dirigió al carro con sumo sigilo, nadie vio cómo se coló y se ocultó entre la mercancía. Se agachó y se escondió entro los barriles haciéndose casi invisible. Esconderse se le daba muy bien. No quería arriesgarse en pedir ayuda al comerciante, puesto que no tenía nada que ofrecerle y la desconfianza que alertaría al mercader negaría al muchacho viajar con él.

   Tenía un nuevo objetivo, llegar a Prorharbol y encontrar a Rolan y sus amigos. Pero esta vez no lo engañarían. Había aprendido a ser menos ingenuo y más desconfiado. No, de ninguna manera lograrían volver a engañarlo. Esta vez no, y Khiel estaba seguro de ello.